Sólo se dejaba
ver en los días de invierno.
Era dulce,
divertida, inocente, sencilla como la ilusión, simplemente confiaba en la vida.
Todo el que la
miraba se veía, como si ella fuera, en si misma, un cuento habitando la realidad.
Cuanto más
brillaban las luces de la cuidad más se podía ver el dolor en el corazón de sus
habitantes.
Ella miraba con
su cálida ternura, con su deliciosa escucha, en silencio, tal y como los
milagros obran; y entonces el viento salía desde lo más hondo del esternón liberando
la tristeza en un suspiro rotundo y profundo.
El juego, la
risa, la imaginación, recobraban su reinado.
Así era como ella
hacía diana en el corazón como las flechas en las manzanas.
Podías verla
caminando de su mano.
Devolviendo el
dorado a su tono grisáceo.
A cada paso una
sonrisa.
La rabia rompía
su coraza desnudándose en tristeza.
Y la tristeza en
llanto.
El llanto en herida.
El dolor en esperanza.
Tan sencillo como
la vida.
Ella les cantaba
y su ser se mecía en su voz, como cuando eran bebés.
La sensibilidad,
la ternura, recuperaban su patrimonio.
Así como se caen
las armas en las batallas, desaparecían de los corazones las corazas.
Permanecía el
tiempo exacto.
Ni un día antes.
Ni uno después.
Saltos.
Magia.
Posibilidad.
Unión.
Ilusión.
Libertad.
Ella se va, bailando,
deleitándose en la risa de su juego, como saben hacer los niños que se saben magos.
Sólo se dejaba ver
en los días de invierno.
Cuando las luces
de la cuidad palpitan y el corazón más amor precisa.
Su luz queda
prendida en todas las noches de todos sus habitantes.
Desde el cielo las
estrellas la observan brillando amplificando toda esa luz.
Suelen llamarla
Navidad pero ella, en su deliciosa pureza, dice ser sólo una niña.
Cuento de Navidad©MartaARTEaga
#cuentosdeNavidad
#cuentosdeNavidad