viernes, 30 de diciembre de 2016

Cuento

Sólo se dejaba ver en los días de invierno.
Era dulce, divertida, inocente, sencilla como la ilusión, simplemente confiaba en la vida.
Todo el que la miraba se veía, como si ella fuera, en si misma, un cuento habitando la realidad.
Cuanto más brillaban las luces de la cuidad más se podía ver el dolor en el corazón de sus habitantes.
Ella miraba con su cálida ternura, con su deliciosa escucha, en silencio, tal y como los milagros obran; y entonces el viento salía desde lo más hondo del esternón liberando la tristeza en un suspiro rotundo y profundo.
El juego, la risa, la imaginación, recobraban su reinado.
Así era como ella hacía diana en el corazón como las flechas en las manzanas.

Podías verla caminando de su mano.
Devolviendo el dorado a su tono grisáceo.
A cada paso una sonrisa.
La rabia rompía su coraza desnudándose en tristeza.
Y la tristeza en llanto.
El llanto en herida.
El dolor en esperanza.
Tan sencillo como la vida.
Ella les cantaba y su ser se mecía en su voz, como cuando eran bebés.
La sensibilidad, la ternura, recuperaban su patrimonio.
Así como se caen las armas en las batallas, desaparecían de los corazones las corazas.

Permanecía el tiempo exacto.
Ni un día antes.
Ni uno después.

Saltos.
Magia.
Posibilidad.
Unión.
Ilusión.
Libertad.

Ella se va, bailando, deleitándose en la risa de su juego, como saben hacer los niños que se saben magos.
Sólo se dejaba ver en los días de invierno.
Cuando las luces de la cuidad palpitan y el corazón más amor precisa.
Su luz queda prendida en todas las noches de todos sus habitantes.
Desde el cielo las estrellas la observan brillando amplificando toda esa luz.
Suelen llamarla Navidad pero ella, en su deliciosa pureza, dice ser sólo una niña.

Cuento de Navidad©MartaARTEaga
#cuentosdeNavidad